No puedo contar las veces que he sido acosada en un espacio público, siendo la primera vez con ocho años. ¿Por qué la educación no incide más en la prevención del acoso callejero desde infantil, tanto en alumnos como padres y madres?

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Soy Morgana, me dedico a la ilustración, al maquillaje artístico y al modelaje alternativo, y soy de Madrid. Por todas las experiencias que he tenido a lo largo de mi vida, en mis redes sociales suelo publicar contenido para concienciar sobre el acoso callejero o en los espacios públicos en general.

La primera experiencia que recuerdo es cuando tenía ocho años. Estaba en una piscina de bolas y vinieron un par de niños un poco mayores que yo. Me arrinconaron, me levantaron la camiseta, me tocaron los pechos que ni tenía y me besaron en la boca. Yo en el momento no entendía qué estaba pasando. Pensaba “debe de ser lo normal”, pero a la vez no me sentía nada cómoda.

A los 13 años, estaba en el cine y un hombre de unos 30 años puso la mano debajo de mi nalga. Aquí yo ya tenía las cosas más claras, así que le pegué y encima se hizo a víctima y me trató de loca. Con 14, estaba en un centro comercial y dos hombres me agarraron y me arrinconaron. Afortunadamente, le pegué un cabezazo a uno, sangró, se asustaron y pude escapar.

En la adultez también he vivido muchas situaciones de acoso. Una vez estaba en el metro dibujando y me vino un chico interesado en mis dibujos, hasta aquí todo bien. La situación empezó a torcerse cuando me dijo que me quería acompañar a mi casa. Le dije que no y no paró de insistir. Tuve que bajarme tres paradas antes para que no supiera dónde vivo, y aun así continuó siguiéndome. Al final volví al metro, me puse firme y le dije que él se iba para su casa y yo para la mía. Cuando llegué a mi barrio, me puse a dar vueltas por si acaso y terminé entrando por la puerta de atrás.

Con el auge del movimiento feminista, quizá el acoso callejero ya no es tan físico y ahora es más verbal, como piropos, miradas, silbidos, comentarios… pero aun así es algo que incomoda a la mayoría de las mujeres. Hemos vivido tantas experiencias desagradables que no sabemos qué puede haber después de un piropo: puede quedarse en nada, puede insultarte, puede seguirte, o puede que no llegues a casa.

Falta mucha educación en este sentido, ya que el acoso callejero no deja de ser una muestra más del machismo que hay en nuestra sociedad, que la calle es de una mitad de la población y la otra mitad somos como trozos de carne expuestos en un escaparate para ellos.

Para cambiar todo esto, necesitamos que desde los centros escolares se dé más formación e información desde pequeños/as para prevenir el acoso callejero. Esto iría desde enseñar a los niños que hay que respetar la intimidad de las y los demás, hasta enseñar a las niñas a detectar una situación de acoso y a poner límites. También es importante concienciar a padres y madres, ya que lo que transmitan a sus hijos e hijas puede marcar mucho la diferencia.

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