Pregunta para Congreso de la República de Colombia

¿Por qué el Gobierno nacional no ha creado programas laborales eficaces, pensados para los momentos de encarcelamiento y liberación, y enfocados en madres cabeza de hogar, para no eternizar la pobreza e incluirlas nuevamente en la sociedad?

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Blanca Lentino Pregunta de Blanca Lentino

Soy Blanca Stella Lentino Toledo, bogotana, tengo 60 años. Soy madre de tres buenos hijos, abuela de seis bellos tesoros, administradora de empresas y hotelera. También soy expresidiaria… o, como es mejor referirse a nosotros, exprivada de libertad. Vivo en Bogotá con mis nietos, y soy la creadora de la Fundación Akapana, que nació el 31 de noviembre de 2009. Desde nuestro colectivo, muchas manos hemos tratado de aportar a las realidades que vi y viví junto a muchas otras mujeres que están en las cárceles del país. Nos enfocamos en atender a los más afectados en toda encrucijada social: los niños y niñas, tanto los que conviven en prisión como aquellos que son separados de sus madres y quedan afuera.

Mi caso es un como el de cualquiera; un error cambió todo mi camino. Ahora creo que para bien, porque de otra manera yo todo lo que sé ahora. En 1997 tuve un hotel en el Tolima en opción de compra. Debido a los problemas de orden público de ese momento y que dificultaban la afluencia de turistas a la zona, debí terminar mi contrato y, quebrada, devolverme a Bogotá. Al salir de ahí cometí mi error: no finiquité mi figura como representante legal del establecimiento ante la DIAN, conseguí un empleo y continúe con mi vida. Años después tuve que presentar mi cedula ante la policía por un trámite y, al reseñarme, encontraron una orden de captura. Fui capturada, pues debía a la DIAN, por concepto de IVA y retención, un monto considerable de dinero. Por eso la entidad me demandó por apropiación de bienes del Estado. Jamás recibí notificación alguna, el establecimiento continuó sus labores y, sin avisarme ni notificarme por ningún medio, me capturaron, me condenaron y enviaron a la cárcel por cuatro años. Además, tuve que pagar veinticinco millones de pesos. Dos años de mi vida, el colapso de mi familia, de mi economía y una marca de por vida fue lo que me costó demostrar ante la ley mi error.

Fui recluida en la cárcel El Buen Pastor y fui separada de mis hijos, que para entonces tenían 20, 19 y 14 años. Gracias a Dios se mantuvieron fuertes y responsables. Así viví la situación de las madres privadas de libertad y de sus hijos; en ese lugar descubrí cómo vivían los niños, vi los problemas que implica ser mamá bajo en condiciones, sentí la impotencia de no generar recursos económicos para los hijos que esperan afuera. Además, padecí los efectos de la ausencia materna en niños y niñas, la marca social al salir de prisión y no conseguir trabajo, recibir con tristeza la reincidencia y nueva condena de mujeres impulsadas por la falta de educación y oportunidades. 

Inicié este texto con una descripción de mi vida. ¿Cuál fue tu pensamiento al mencionar que soy una persona exprivada de la libertad? ¿Qué pasó con los demás detalles de mi vida? Eso es la marca que tenemos todos los que vivimos esta realidad.

Cuando salí me dediqué, por los lazos de amistad y cariño que tenía con esas mujeres fuertes que cuidaron de mí y me contaron su historia, a colaborar en todo lo que estuvo en mis manos, desde realizar grandes colectas de ropa, medicamentos, alimentos y juguetes, hasta llevar a niños y niñas a médicos especializados, ubicar hogares de paso o reunir capital para organizar encuentros de los niños con sus madres recluidas en otras ciudades. Hemos hecho de todo en doce años. En el camino, muchas manos se han unido a esta labor, y es con ellas con las que nace la fundación Akapana. Este año se cumplen 12 años del comienzo de esta increíble labor por las mujeres privadas de la libertad y por todos sus hijos, tanto los que están en la cárcel con ellas, como los que están afuera sin nada. 

Es por mi historia. Por el conocimiento de primera mano que tengo de las mujeres en reclusión y fuera de ella, por las familias que represento, por mi labor, pregunto al Congreso de la República lo siguiente:

Según las cifras del INPEC que revelan la reincidencia que hay en el país; según la historia que muestra que cualquier persona marcada como exprivada de libertad enfrenta una situación económica y social excluyente; según los derechos humanos y de los niños que son de difícil aplicación en estos escenarios; según los casos que conozco donde lo que impera es la subsistencia mínima a toda costa: ¿Por qué el Gobierno nacional no ha creado programas laborales eficaces pensados para los momentos de reclusión y liberación, enfocados en madres cabeza de hogar, para, de esta manera, no eternizar la pobreza e incluirlas nuevamente en la sociedad?

Las mujeres privadas de la libertad no tienen acceso extramuros a caminos económicos diferentes a los que las mantienen en condena. Si es evidente que la población interna es un musculo laboral que requiere educación y resocialización para reintegrarse, si esto es tan obvio, si esto es el fin último de las condenas y la reclusión, ¿por qué el Gobierno nacional no aborda la solución? ¿Por qué no incentiva a la empresa privada a participar?

En estas instituciones hay mucha gente que tiene mil competencias y habilidades que no son aprovechadas. A las mujeres, por ejemplo, les suelen ofrecer los mismos cursos de belleza para aprender a pintarse las uñas, hacer masajes o realizar una tintura en el cabello, pero no les brindan programas que realmente funcionen para aquellas que salgan de prisión y busquen estabilidad económica. 

He conocido mujeres con talentos increíbles en artes, manualidades, mujeres con talento para la base administrativa, contable y educativa. Hay mujeres que gracias a la Fundación han terminado carreras como Psicología o Administración de Empresas. He conocido un número sin fin de mujeres con ganas y esperanza. Las mujeres somos inteligentes, fuertes y talentosas, las mujeres con hijos lo somos más. Esos son los talentos y la fuerza que se pierde en las cárceles del país. Hay madera para trabajar, y el Gobierno no debería desperdiciar estos talentos ni volverlos obsoletos, más cuando un interno le cuesta al país cerca de un millón seiscientos mil pesos al mes. 

Modelos penitenciarios como la cárcel de Oslo, en Noruega, funcionan como empresas donde se enseñan y aplican diferentes trabajos para las personas que están allí. De esa manera se generan recursos para que los privados de libertad envíen dinero a sus familias y así evitar el trauma económico de su ausencia. Después son integrados a la sociedad con programas de seguimiento enfocados en el emprendimiento y la contratación. Con eso, se ofrecen posibilidades económicas que eviten la reincidencia. ¿Por qué no podemos simular modelos inclusivos de este tipo?

Si en Colombia aún necesitamos trabajar en los procesos de equidad con la mujer en general, en los temas de mujeres en reclusión, desde mi experiencia, no hemos empezado. Esto debe cambiar, pues, como aprendí, aunque un error puede marcar toda tu vida, eso no te define; aún sigues siendo semilla que necesita tierra para germinar. 

Por esta razón, hoy pido apoyes nuestra petición. Ayúdanos a poner la discusión sobre la mesa: con 350 firmas esta petición será respondida por políticos colombianos en la web de Osoigo.

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Pregunta dirigida a: Congreso de la República de Colombia