No soy la primera ni la última en haber sido acosada en el Camino de Santiago. ¿Por qué las mujeres no podemos viajar o hacer nuestras actividades sin tener que pasar miedo?

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Mi nombre es Andrea, soy de Valencia y tengo 30 años. En octubre de 2020 decidí hacer el Camino de Santiago sola desde Vigo. El año anterior lo había hecho con mis padres y la experiencia me pareció tan bonita, segura y placentera que me aventuré a hacerlo sin compañía. No quería sentirme valiente, simplemente sentirme libre de poder caminar, pararme, explorar y degustar la rica gastronomía gallega a mi ritmo, sin tener que esperar o que me esperasen. 

De pronto mi experiencia se tornó amarga. Todo iba bien, estaba feliz de poder andar cada día la etapa que me tocaba y disfrutar de la belleza tan especial que tienen las tierras gallegas. Pero todo cambió cuando salí de Pontevedra haciaCaldas del Rey. Iba caminando por un sendero que llevaba a la parroquia de Alba, en el que me crucé con personas corriendo, yendo en bicicleta y caminando. De repente, un tipo con gafas de sol salió corriendo de entre los arbustos, no le di importancia y seguí andando. Pero al llegar al cementerio de Alba, situado junto a la parroquia, vi a ese mismo hombre masturbándose mientras me miraba.

Grité y empecé a tocar el silbato que llevaba, luego corrí hasta una pareja de ancianos que estaban dejando flores en el cementerio. No sabía que podía correr tanto con una mochila de diez kilos cargada a mi espalda. La pareja, al verme tan asustada, temblando y llorando, me llevó en coche hasta la siguiente parte del camino. Se lo agradecí mucho, pero aún continuaba asustada. Ante mis ojos se presentaba un bosque hermoso que, para mí, se convirtió en una pesadilla. Asustada, corría temiendo que el tipo volviese a aparecer, mirando constantemente hacía atrás, pensando en todas aquellas situaciones horribles que salen en las películas y noticias, que les pasan a las chicas caminando solas. 

Después de aquel bosque interminable, llegué a un bar en el que había unos peregrinos de Valladolid que había conocido el día anterior. Me dirigí llorando a ellos, casi sin poder hablar, les conté lo sucedido y enseguida llamaron a la Guardia Civil. No tardaron mucho en venir, y me acordaré siempre de Paula, la guardia civil que me tomó los datos y me ayudó.

Cuando llegué a Caldas del Rey, denuncié lo sucedido en la comisaria. Los guardias civiles me contaron que no era la primera chica a la que le pasaba, y que desafortunadamente, al no ser yo menor de edad, el hombre no tendría consecuencias por sus actos. De todos modos, sí me dijeron que era bueno que denunciase por si pasaba algo peor, para que él fuese el primero en ser interrogado. Me sentí bien (a medias) y acabé el camino en compañía de Sergio, un chico muy simpático que conocí allí y que también era de Valencia.

Ahora no sé si me atrevería a volver a hacer el camino sola, pero no quiero que esta experiencia me frene. Sigo caminando, yendo en bici… pero no puedo evitar mirar hacia atrás, andar más rápido o incluso cruzarme de acera cuando veo a un hombre caminar cerca de mí.

Me da rabia que se normalicen estas situaciones. Pasa todos los días. Hay hombres que aún no aceptan que las mujeres podamos caminar, ir en bici, subir montañas o hacer deporte solas, sin que tengamos que tener miedo. Hay que educar a los más pequeños y castigar los comportamientos de los adultos que acosan a mujeres en la calle, porque desgraciadamente nos ha pasado a todas.

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