Me llamo Ania y estoy atravesando un coriocarcinoma.

En marzo de 2020, después de dar a luz, empecé a tener sangrados. Tras consultarlo con especialistas, me dijeron que era algo normal. Pasados cinco meses, en agosto, tuve uno muy grande, con coágulos importantes y decidí ir al hospital. Cuando me vieron, me aseguraron que estaba sufriendo un aborto, algo que me extrañó ya que las posibilidades de que estuviese embarazada eran mínimas.

Me hicieron un legrado, ya que la hormona beta no estaba bajando como debía. Me confirmaron que todo había salido bien y que en 10 días me darían los resultados. Cuando me llamaron, me informaron de que tenía un coriocarcinoma (cáncer de placenta). No se sabe con certeza si el tumor se generó durante el embarazo o fue posterior, pero los médicos intuyen que, en mi caso, al haber sido cesárea, se empezó a desarrollar durante el embarazo.

A los dos días me hicieron una resonancia cerebral para ver si había metástasis, ya que es un cáncer que crece muy rápido, y me confirmaron que estaba todo limpio. En cambio, a la semana siguiente me realizaron un TAC y salieron varios nódulos en el pulmón.

Para tratar la enfermedad, en un primer momento me iban a dar una quimioterapia bastante “light”, pero tras analizar los niveles de la hormona beta me consideraron de alto riesgo. Me tuvieron que administrar una quimioterapia muy fuerte, dividida en siete ciclos. La terminé, con la mala suerte de que en menos de un mes tuve una recaída. Me hicieron un TAC y vieron que uno de los nódulos había crecido.

Mi oncóloga me dijo que el protocolo a seguir empezaría por una cirugía para extraerme el nódulo del pulmón. En cambio, como estábamos en plena ola de contagios por COVID-19, empecé recibiendo una nueva quimioterapia, bastante más fuerte que la anterior y que me produjo muchos efectos secundarios, y después me operaron. A día de hoy sigo con controles mensuales y los niveles de la hormona beta se mantienen bajos. 

Si bien no tengo queja de cómo me trataron los oncólogos y los enfermeros, considero que la pandemia de la COVID-19 nos ha perjudicado mucho a los pacientes oncológicos. Cuando estaba en planta, en alguna ocasión llegaron a meter en mi habitación a personas con síntomas de coronavirus sin una PCR hecha, algo muy arriesgado teniendo en cuenta mi estado. Por otra parte, si tras mi recaída se hubiese seguido el protocolo inicial, el cual se iniciaba con la operación, probablemente no me hubiesen tenido que administrar tantos ciclos de quimioterapia y no hubiese tenido tantos efectos secundarios.

Por ello, con esta iniciativa, pido al Senado que destine más recursos a la investigación contra el cáncer, y la aplicación de las medidas necesarias para que la presencia de una pandemia como la de la COVID-19, no deje de lado el tratamiento de enfermedades cuyas consecuencias son mucho peores.