Pregunta para Parlamento de Galicia
Los TCA son enfermedades reales pero invisibles. Con apoyo, tratamiento y paciencia, es posible salir, pero la falta de conocimiento sigue siendo un obstáculo: ¡solo la concienciación abre el camino hacia una recuperación efectiva!



Me llamo Laura, tengo 25 años y soy de Galicia. Yo siempre fui una niña feliz. De hecho, mi infancia fue tranquila, rodeada de cariño y con una vida normal. Pero como muchas otras historias que empiezan con luz, la mía se fue apagando sin que nadie lo notara.
Todo cambió con la pandemia. El encierro, la incertidumbre, el miedo… Encontré refugio en el “real fooding” y el deporte. Al principio parecía sano: cuidarme, comer bien, hacer ejercicio. Pero lo que empezó como un hábito saludable se convirtió en una obsesión. En 2021 empecé a adelgazar de forma drástica. Vivía en Salamanca, en un piso con amigas, y mientras estudiaba, seguía llevando mi rutina: gimnasio, caminar muchísimo —a propósito elegía el centro deportivo más lejano— y reduciendo más y más la comida. Empecé a padecer lo que se conoce como: Anorexia nerviosa restrictiva, pero yo no lo sabía.
Llegué a un punto en el que podía estar días comiendo solo una manzana, por ejemplo. Me desmayaba. Y no se lo contaba a nadie. Una vez me desplomé delante de mis amigas. Ellas, muy preocupadas, llamaron a mi madre. Pero nadie pensó que era algo tan grave. Mi madre creyó que el hecho de estar adelgazando se debería al estrés, los exámenes, el cansancio y al contexto en general.
El problema es que sí era grave, aunque yo insistía en que todo estaba bien. En secreto, tiraba la comida, hacía todo el ejercicio posible y cada día perdía más peso. Una nueva llamada de mis amigas hizo que mi madre viniera a verme, pero logré engañarla comiendo delante de ella. Sin embargo, la tercera vez ya no pude ocultarlo más. Estaba en un nivel de infrapeso alarmante para mi altura. Cuando mi madre me vio, rompió a llorar, me abrazó fuerte y me llevó de vuelta a casa. Al día siguiente, ingresé en el hospital.
El diagnóstico que me proporcionó el médico de cabecera fue claro, y me derivaron de inmediato a psiquiatría, en el hospital de referencia. Fue entonces cuando empezó mi recorrido por centros y hospitales. Estuve ingresada desde octubre de 2021 hasta febrero de 2022 con una sonda 24 horas al día. Luego, me trasladaron a un centro especializado en TCA porque, aunque llegué a los 40kg, no había mejora en relación con los hábitos. Esta temporada fue durísima. Afronté reglas estrictas y tuve que lidiar con las consecuencias físicas de haber estado tanto tiempo sin comer por boca. Aprender a volver a alimentarme fue una tortura. Me dieron el alta en mayo, pero yo seguía sin estar bien. Tuve que volver a ingresar en junio. Y cuando parecía que empezaba a mejorar, llegaron los momentos más oscuros: intenté quitarme la vida en tres ocasiones.
Después de eso, en enero de 2023 volví a ingresar, esta vez en un hospital psiquiátrico en Vigo, El Pinar, donde estuve un año entero. Allí empezó mi verdadero proceso de sanación.
Me tocó un psiquiatra que me salvó la vida: Jacobo Torrón Vázquez Noguerol. Y una profesional increíble, Raquel Méndez. Gracias a ellos, y a las compañeras que conocí allí (algunas siguen siendo muy buenas amigas mías a día de hoy), empecé a recuperarme de verdad. No fue rápido. No fue fácil. Pero lo hice. Con miedo, con dudas, pero también con una fuerza que ni yo sabía que tenía.
Hoy sigo en terapia. Veo a mi psicóloga todas las semanas y a Jacobo una vez al mes. He conseguido terminar mi carrera de Maestra de Educación Primaria. Dos años presencial, dos a distancia. Estaba muy enferma, pero saqué los estudios adelante. Y sí: se puede. Aunque te digan que no.
Quiero vivir. Estoy feliz. Y no quiero que nadie pase por lo que yo pasé. No se lo deseo ni a mi peor enemigo. Los TCA son enfermedades reales, dolorosas, invisibles. Estigmatizadas. La mayoría de la gente no tiene ni idea de lo que hay detrás: salud mental rota, autoestima destruida, desmotivación, soledad.
La cabeza lo es todo. Y no lo supe a tiempo.
Por eso lo cuento. Porque alguien puede estar pasándolo como yo lo pasé, y tal vez leer esto le invite a pedir ayuda. A empezar. A no rendirse.
Los TCA no son una elección. Son una enfermedad. Y se puede salir. Con apoyo, con tratamiento, y con muchísima paciencia. No estás sola.