Catalanes y baleares compartimos mucho. También lo hacemos con extremeños, asturianos, corsos, istrianos...
Apreciado Oriol, compruebo que le ha formulado una pregunta similar a mi compañero Ramón de Veciana Batlle y, por lo tanto, deduzco que es un tema de gran interés para usted. Intentaré pues, aunque brevemente, contestarle de forma argumentada, pues imagino que conocerá ya buena parte del posicionamiento de UPyD en la materia y sabrá que, como partido político que se reclama del laicismo, nos preocupan los derechos de la ciudadanía y no las cuestiones identitarias que, si bien nos parecen muy respetables, al igual que las creencias religiosas, forman parte de las convicciones personales de cada uno.
Si no me equivoco, es a principios del siglo XX cuando se hace por primera vez referencia a los Països Catalans que usted menciona en su pregunta y se hace con un propósito y objetivo político porque justamente, a lo largo de la historia, nunca ha existido tal territorio político-administrativo. Se pervierte y amputa una realidad histórica, como es la Corona de Aragón, con una entelequia surgida de aspiraciones nacionalistas y estas siempre han sido expansionistas. Ya afirmaba Josep Fontana que “contra la historia científica, entendida en el sentido de neutra e imparcial, hay que propugnar una historia política, objetiva pero partidaria […]”. El fin justifica los medios.
Si de lengua catalana versa su pregunta, defendemos su unidad, pero no su uniformidad. La uniformización sigue las pautas del Institut d’Estudis Catalans cuyos criterios se enmarcan dentro de un proceso de creación de una realidad sociolingüística y cultural previa a la construcción de una nación política: esos mismos y mal llamados Països Catalans. Dicho proceso recuerda mucho a otros sufridos a lo largo del pasado siglo y al que están padeciendo actualmente en Ucrania o que podría acabar envenenando las relaciones entre países de la UE, debido a ciertas pretensiones territoriales de Hungría que afectan a territorios de Austria, Eslovaquia, Croacia, Serbia y Rumanía –¡cinco países en total!- y, peor aún, que complicarían la existencia de sus ciudadanos. Creación de fronteras étnicas para suplantar las ya inexistentes fronteras entre estados de la Unión Europea. Es el pretexto de la lengua y de la unidad cultural para crear una idea colectiva, que no se atiene a derecho, de nación cultural en contraposición a la nación políticamente constituida. Cuando se le añade a este ingrediente una pretendida persecución de los intereses de las poblaciones que abrazarían dicha cultura, se consagra el deber cuasi sagrado de expandir territorios. De este modo se llegó a justificar la invasión de Checoslovaquia y Polonia por la crisis de los Sudetes, como Slobodan Milošević y Franjo Tuđman pretendieron repartirse Bosnia y Herzegovina más recientemente.
No solo la Constitución del 78 no reconoce la unión administrativa de territorios por cuestiones culturales o lingüísticas, ya la carta magna del 31, en su artículo 13, descartaba sin posibilidad de interpretaciones libres tales uniones: “En ningún caso se admite la Federación de regiones autónomas”.
Una batalla que ha librado el nacionalismo desde los tiempos de la transición es sin duda la del lenguaje. Ya lo afirma George Lakoff que la ideología personal se rige por conceptos y varía a la par que la identidad y los valores que sostienen el marco mental cambian. “Todas las palabras se definen en relación a marcos conceptuales. Cuando se oye una palabra, se activa en el cerebro su marco (o su colección de marcos). Puesto que el lenguaje activa los marcos, los nuevos marcos requieren un nuevo lenguaje. [...] Las ideas surgen bajo la forma de marcos. Cuando los marcos están ahí, las ideas surgen inmediatamente. [...] Si se cree en el racionalismo, se cree que basta con proporcionar toda la información sobre los hechos, y la gente razonará hasta dar con las conclusiones pertinentes, sin necesidad de marco alguno. Pero no es así. Si los hechos no se ajustan a sus marcos, se quedará con tales marcos y olvidará, ignorará o razonará en contra de los hechos”.
Queda claro pues que me parece tan anacrónico hablar de Països Catalans como lo sería hacerlo de Països Balears o de Països Valencians. Pero, en efecto, ciudadanos de Cataluña y Baleares compartimos muchas cosas: lengua catalana y castellana también, historia común en el marco de la Corona de Aragón y luego de España, libertades y derechos que consagran nuestra Constitución y los tratados europeos, intercambios de todo tipo, también afectivos… Igual que con ciudadanos del resto de comunidades autónomas e incluso, y cada vez más, de países de nuestro entorno y algo más alejados. La cultura no se reduce a compartimentos estancos.
Tal vez, por ser originario de una comunidad autónoma diferente a la que vivo en la actualidad, en concreto de Cataluña, y por haber residido durante muchos años en diferentes países, siempre busco y encuentro acomodo en aquello que me une a los demás, en aquello que me hace progresar como persona.
Gracias por su pregunta.
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