Me llamo Fernanda y soy la mamá de Augusto y de Samantha. Mi hijo mayor, Augusto, fue diagnosticado en febrero de este año con Linfoma de Hodgkin en estadio IV, un cáncer del sistema linfático que afecta el sistema inmunológico y que se desarrolla en los ganglios del cuerpo. Somos venezolanos y, cuando comenzaron los primeros síntomas —un bulto en el cuello, sudoración nocturna, dolor, pérdida de peso y episodios de fiebre— acudimos al médico. Aun así, transcurrieron aproximadamente cinco meses hasta que los especialistas lograron dar con el diagnóstico.

Cuando finalmente, en Venezuela, le realizaron el PET-TAC que permitió identificar la enfermedad, el linfoma ya se había extendido al 90% de su cuerpo. Era agosto y, siguiendo la recomendación del médico tratante, vendimos nuestra casa y viajamos a España. En nuestro país no podíamos garantizarle un tratamiento adecuado, y las condiciones de salubridad en los centros de salud eran, lamentablemente, insuficientes.

Llegamos a A Coruña y una asociación nos acogió y asesoró de inmediato. Poco después, fuimos trasladados al Hospital Materno-Infantil de Badajoz, donde Augusto ingresó nada más llegar. Estuvo hospitalizado 18 días, le repitieron todas las pruebas realizadas en Venezuela y comenzó su tratamiento de quimioterapia.

El primer PET-TAC confirmó el diagnóstico, y el segundo, realizado pocos días después, mostró que la enfermedad empezaba a remitir. Actualmente está recibiendo otro tipo de quimioterapia y, a finales de enero, repetirán la prueba para evaluar nuevamente la evolución.

El pueblo en el que residimos nos ha recibido con los brazos abiertos. Nos sentimos acompañados y arropados, algo fundamental en este proceso, especialmente teniendo en cuenta que no recibiré el permiso de trabajo hasta abril de 2026 y que, por ahora, no tenemos ingresos. En Venezuela soy abogada, pero la homologación de mi título en España es un proceso muy complejo. Por eso, otro de los aspectos que deseo visibilizar con esta iniciativa es la necesidad de facilitar la integración laboral de inmigrantes cualificados, para que podamos ser autosuficientes y no depender de ayudas externas.

En el hospital, la atención médica que ha recibido Augusto ha sido impecable y estamos profundamente agradecidos. No obstante, creemos que hay un aspecto que podría mejorarse de forma sencilla y que beneficiaría a todos los pacientes hospitalizados: la calidad y la cantidad de la comida. Consideramos que una mejora en este ámbito no solo haría más llevadera la estancia en el hospital, sino que también contribuiría a una recuperación más sólida y rápida. Aun con un sistema sanitario que nos cuida mucho, nos preguntamos por qué, siendo la nutrición una pieza clave en la recuperación oncológica, no se invierte más en mejorar los menús hospitalarios.

También quiero destacar algo que para nosotros ha sido determinante: el estado psicológico de Augusto. A pesar de la gravedad del diagnóstico, él ha afrontado la enfermedad con una fortaleza admirable. La ha asumido casi como si se tratara de una gripe que requiere, por así decirlo, un "paracetamol" en distintas presentaciones. No ha tenido efectos secundarios relevantes y su actitud positiva ha sido ejemplar. Estoy convencida de que la salud mental es fundamental para sobrellevar estos procesos oncológicos, y ver cómo él mantiene su ánimo intacto es, sin duda, digno de admiración.

Ponemos en marcha esta iniciativa para valorar positivamente el sistema sanitario que nos ha acogido y para aportar, desde nuestra experiencia, una propuesta concreta, viable y de impacto directo en el bienestar de los pacientes: ¿por qué no invertir en ofrecer menús hospitalarios más nutritivos, abundantes y adecuados para quienes luchan por recuperarse?