Tengo 46 años y en mi preadolescencia seguí Lou Grant, mítica serie de televisión ambientada en la ficticia redacción de Los Angeles Times. Tuve la suerte de vivir en un hogar en el que se compraban dos periódicos diarios, SUR (local) y YA (nacional, de la Editorial Católica). Con 15 años convencí a mis padres de cambiar YA por EL PAÍS (estamos hablando de 1983) y puedo y quiero decir que aquel cambio supuso un cambio en mi vida, a través de las editoriales de Javier Pradera y de una visión de la vida muy coincidente con mi propio e incipiente estado de opinión.
 
Crecí como ciudadano a la sombra del mencionado Javier Pradera, y también de Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo Haro Tecglen, entre otros muchos. Sería injusto no citar a Maruja Torres y a tantos/as otros/as que hicieron que esperase con auténtica ansiedad el ejemplar de EL PAÍS cada mañana (y aquí voy a citar a Joaquín Vidal y sus crónicas taurinas, que me encantaban pese a no gustarme la llamada "Fiesta"). Soy de prensa escrita, y por eso no cito a valiosos periodistas de la radio o la televisión, lo cual no quiere decir que no admire a Iñaki Gabilondo, o que no recuerde a grandes profesionales como Concha García Campoy. Recuerdo con nitidez una extraordinaria entrevista de Mercedes Milá al Duque de Alba, Jesús Aguirre, hecha a mediados de los noventa. Me gusta Mara Torres y echo mucho de menos el Canal 24horas de la legislatura de Zapatero. También creo que Jesús Quintero hace cosas que merecen la pena.
 
En la actualidad, sigo comprando EL PAÍS cada mañana, pero hoy por hoy mi medio de referencia es eldiario.es; asimismo, leo mucho Jot Down, Info Libre, Alternativas Económicas y otras publicaciones. Confieso que escucho casi nada la radio, y también que veo muy poco la televisión.
 
Hay otra mucha gente que me ha hecho disfrutar, por ejemplo en el periodismo deportivo. Los comentaristas de rugby (el torneo Seis Naciones es una cita obligada cada año) o el malogrado Andrés Montes. También en el ámbito local de Málaga conozco a grandes profesionales, circunscritos a la provincia. Y a gente expulsada de la profesión por ser valiente, como Domi del Postigo. Sin periodismo no hay Estado de Derecho, aunque por desgracia no todo el periodismo que se hace en este país sea respetuoso con ese mismo Estado de Derecho, con sus garantías y sus normas básicas.