Necesitamos educar en inteligencia emocional e igualdad para construir una sociedad igualitaria y libre de estereotipos.


Me llamo Davinia de Ramón, vivo en Valencia, soy educadora social y psicopedagoga. Trabajo como profesora interina en la escuela pública de formación profesional en la familia de servicios socioculturales y a la comunidad, y también soy profesora asociada en la Universidad de Valencia.
Siempre he trabajo con jóvenes, y para mí la educación tiene un papel muy importante en su desarrollo y crecimiento. Sin embargo, seguimos en un sistema educativo donde no se trabaja la inteligencia emocional y la igualdad, y eso tiene consecuencias negativas en nuestra sociedad. Por un lado, afecta a la salud mental al no saber gestionar de manera correcta nuestras emociones, por lo que no podemos elegir de manera libre aquello que realmente queremos ser. Y, por otro lado, estamos encasillando las emociones dentro de los estereotipos y roles de género asignados en nuestra sociedad. Es decir, estamos diciendo cómo se debe sentir y actuar en función del rol de género asignado y esto hace que sigamos aceptando y viendo como normalizado comentarios y actitudes micromachistas que, a su vez, deriva en el machismo imperante en nuestra sociedad.
Siempre he trabajado con la inteligencia emocional e igualdad dentro del aula, porque considero que es de vital importancia que el alumnado pueda descubrirse alejado de cualquier etiqueta de género. Mi labor es formar al futuro profesorado, por lo que es necesario que aprendan los valores esenciales para educar en igualdad y sepan qué herramientas emplear para hacer una buena gestión emocional, ya que será lo que nos permitirá ser libres y felices. Soy consciente que de la facultad de educación está casi predominada por mujeres porque se sigue vinculando los cuidados a las mujeres. En mis clases el 90% del alumnado son chicas, y necesitamos que los chicos también estén presentes en este ámbito. Sin embargo, en educación los roles de género están muy marcados. En las universidades la mayoría de los catedráticos con hombres. Cuesta que las mujeres podamos hacer carrera dentro de la docencia en universidades, porque, además, la maternidad penaliza. La maternidad es tiempo que te resta para dedicarle horas a la universidad.
¿Qué estamos consiguiendo con estos roles de género? ¿Cuáles son sus consecuencias? Una mala gestión emocional y una pérdida de identidad del individuo generando desigualdades en nuestra sociedad, porque somos producto de una cultura que internaliza en cada persona. Define al varón como masculino y a la mujer como femenina y nos dice qué debemos y qué podemos sentir en función de nuestro género, es decir, se nos atribuyen una serie de etiquetas como consecuencia de los estereotipos de género. El rol tradicional de los varones conlleva una serie de mandatos sociales: ser valiente, competitivo, arriesgado, exitoso, fuerte físicamente. El de las mujeres: cuidadora, sensible, dulce, amable... reprimiendo todas aquellas emociones que se puedan alejar de estas etiquetas.
El sistema educativo sigue fallando. No se trata de memorizar, si no de generar una emoción para aprender y educar en igualdad. Es necesario que haya una educación transversal para que en todas las materias se trabajen las emociones y la igualdad, y para ello se debe educar a todos los niveles el profesorado. Debemos enseñar que las emociones no tienen género y que no hay que reprimirlas para ser aceptados en la sociedad. Por ello, me dirijo a las instituciones para pedir que escuchen al estudiantado y a sus necesidades, en una época, donde además los problemas de salud mental van en aumento. ¿Queremos formar a personas que tengan éxito o que sean felices? Quizás es el momento de replantearse y cambiar el sistema educativo, porque el modelo formal educativo no tiene en cuenta la gestión de nuestras emociones, y sigue fomentando los roles de género.