Pregunta para Congreso de los diputados

Me llamo Bea y sufrí una serie de negligencias en el parto que provocaron la muerte de mi hijo. ¡Soy víctima de violencia obstétrica y por eso quiero protocolos eficientes para las mujeres que acudimos con dolores durante el proceso de parto!

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Beatriz Díaz Pregunta de Beatriz Díaz

Hola. Me llamo Bea Díaz, soy de Badajoz y sufrí una serie de negligencias a la hora de dar a luz que desembocaron en el fallecimiento de mi hijo. 

Mi embarazo transcurrió con bastante normalidad. En algunas revisiones vi cierto pasotismo, pero mi problema realmente empezó en la semana 36 de mi embarazo. Yo notaba que mi hijo quería salir ya y tenía muchos dolores, así que iba a urgencias día tras días. 

En un primer momento, me dijeron que mi hijo estaba encajado y que no iba a tener problemas con el parto. Además, me recomendaron que me hiciera pruebas porque pensaban que mi hijo se iba a adelantar, pero me mandaron para casa porque no veían síntomas de parto. 

Yo tenía dolores horribles, no me podía ni girar en la cama del dolor. Y por otra parte, una enfermera se dio cuenta de que tenía una fisura en la pelvis, pero me dijeron que no era nada grave. 

Recuerdo que, además, me explicaron que no me iban a ingresar para provocarme el parto porque era sábado. Esto me lo dijeron mientras se estaban riendo. Yo, ahí, estaba con contracciones cada 5 minutos y con mi bebé dentro, que pesaba 4 kg. 

Todo fue una serie de circunstancias negativas que acabaron en la peor pesadilla de todas. Unos días antes de dar a luz, unos matrones me dijeron que yo tenía el cuello del útero borrado, pero cuando llegó la ginecóloga a verme me dijo que todo estaba en mi cabeza y que no tenía el cuello del útero borrado, es decir, estaba contradiciendo a sus propios compañeros. 

La ginecóloga me siguió tocando y me dijo que me fuera para mi casa porque no iba a hacer nada allí. Yo seguía notando que mi hijo quería salir ya. Después de 9 meses dentro de mí, sabía cómo actuaba y sabía que él no estaba a gusto. Incluso, se me deformaba la barriga. 

Empecé a recriminarle su actitud frente a mi embarazo y parto, y la ginecóloga se dirigió a mi madre -estaba allí conmigo- para decirle: “¿Su hija tiene problemas psicológicos o toma drogas?” ¡Surrealista! Obviamente mi madre le respondió que yo estaba así porque nadie me escuchaba ni me hacía caso. 

Es más, nadie me hacía caso hasta el punto de que nadie vino a darme los papeles del alta y fui yo quien me quité los propios cables de la vía para irme a casa. 

Pasados unos días, el día 31 de julio, fui de nuevo a consulta para la monitorización. Ahí yo estaba malísima, pero me dijeron que me iban a dar los papeles para inducirme el parto el 7 de agosto -yo rezaba para que no fuera tan tarde porque me moría con los dolores tan brutales que tenía-.

Posteriormente empecé con contracciones muy fuertes. Yo las contaba y las iba apuntando. Primero cada 6 minutos, después cada 5 minutos y finalmente cada 3 minutos. Fui al baño y vi que había sangrado, así que me fui de nuevo para urgencias y me mandaron para planta. 

Nadie vino a verme a la habitación y el dolor cada vez era más desesperante. Ante esto, le dije a mi madre que, por favor, fuera a pedir ayuda. Ella salió y se encontró a una enfermera que le dijo que se iba a cambiar y ya vendría a verme -nunca vino a mi habitación-. Pero aquí llega uno de los momentos más horribles, llegó un matrón a mi habitación y él me decía que todo estaba normal. A este hombre, por ejemplo, le costó 5 intentos ponerme la vía. El hombre estaba perjudicado.

Además, este matrón me puso alguna medicación con la que me empecé a sentir demasiado relajada, tenía la vista nublosa, dispersa. A los 10 minutos no podía ni abrir los ojos y yo le decía a mi amiga -quien me acompañaba en la habitación- que no me sentía bien. 

Pasaron unos minutos y vino este mismo hombre con una máquina para escuchar el corazón del niño, pero lo único que llegué a ver es que tanto mi madre como mi amiga se echaron las manos a la cabeza. No notaban el corazón de mi hijo. 

Vino otra enfermera con un monitores más grande y vieron que el latido de mi hijo estaba decayendo, por lo que mandaron de urgencia a otra sala. Pero mientras tanto, el dichoso matrón se abalanzó sobre el medicamento que me había puesto y se lo metió en el bolsillo -nunca más se supo del medicamento que me administró-. Yo lo vi. 

Me bajaron al paritorio y la ginecóloga me hico un tacto para realizarme una ecografía. Me hacían mucho daño y se lo dije, pero solo me decían que era imposible que me doliera. 

En esos momentos escuche al resto de médicos decir: “¿Rompemos la bolsa?” Pero la respuesta de la ginecóloga fue: “No hasta que no se encienda el ecógrafo”.

De repente todo se nubló y llegó la peor noticia. Me dijeron que no había latido. Ahí entré en cólera después de todo lo vivido y les dije de todo -mi madre igual-, pero lo único que yo escuchaba entre los gritos de mi madre era a alguien decir con mucho descaro: “¡Señora! Su nieto está muerto, no hay nada más que hacer”. 

Fue horrible, sobre todo porque intentaron echarme la culpa a mí y quedar exentos ellos de todo. 

Yo tenía que parir a mi hijo de todas formas, pero les dije que, por favor, no me hicieran pasar por eso, yo quería que me abrieran en cesárea directamente. Me dijeron que no porque podría provocarme daños mentales. ¿Perdona? ¿Y parir a mi hijo muerto después de todo lo que llevo pasado sin que nadie me hiciera caso, no me va a producir daños mentales? Además, la ginecóloga seguía insistiendo en el tema de las drogas. De hecho, le preguntó a mi madre si daba autorización para ver si podría tener drogas dentro. ¡Claro que te la doy! ¡No he tomado droga en mi vida, ni fumo ni nada!

Después de casi 4 horas empujando, nació mi hijo. Yo ya no tenía ilusión de nada, pero me dijeron que si lo quería coger y dije que sí. Mientras tanto, mi madre se fue a poner una denuncia y, a las horas, llegó la policía al hospital para recabar las pruebas oportunas y custodiar el cuerpo de mi hijo para que no pudieran cambiar nada. 

Finalmente vi al matrón que me ha puesto el medicamento ‘extraño’ en la habitación y le pregunté que qué era lo que me había administrado. Él me respondió: “Yo no te he puesto ningún medicamento”. ¡Yo lo había visto!, así que le pedí su nombre y apellidos.

Cuando cuento mi caso, mucha gente reconoce a este hombre sin decirle ni siquiera su nombre. Hay mucha gente que lo conoce y ha tenido situaciones parecidas. 

Tras todo lo plasmado, lanzo la siguiente petición a la Asamblea de Extremadura para que se haga justicia con lo ocurrido y para que existan protocolos eficientes para las mujeres que acudimos con dolores durante el proceso de parto. 

Actualmente los protocolos existentes son bastantes nefastos. No se puede consentir que una mujer llegue al hospital con dolores de parto y no se le explore adecuadamente. En mi caso, yo era primeriza, no ‘gilipollas’. Yo notaba absolutamente todo lo que ocurría dentro de mí. 

¡Estamos hablando de una vida! Por eso, también me molesta mucho que se refieran a mi hijo -un niño de 4 kg- como ‘aborto’ o ‘feto’. Mi hijo no es un feto, es un bebé, una persona. Mi hijo venía a nacer, a ver la luz, pero, por desgracia, se la han quitado. 

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