Mi nombre es Stephany Cano, soy maestra y me dedico a trabajar con niños y niñas con desventajas educacionales en las zonas rurales del sur del Perú. Desde hace varios años que vengo trabajando por las infancias de nuestro país, ayudando a través de diferentes organizaciones a crear oportunidades para ellos y ellas.

En el 2019 comencé a realizar intervenciones en las periferias de Arequipa, la ciudad que me vio nacer, pero con una mirada feminista. He tratado de transformar la forma en la que nos aproximamos a diferentes temas como el acceso a salud y educación sexual y la prevención de la violencia machista. Asimismo, hemos tratado de afianzar las relaciones productivas entre las mujeres de estas zonas rurales, para liberarlas de la dependencia económica.

Este trabajo de inmersión en la realidad de otras personas, sobre todo de las infancias, me ha significado mucha alegría, pero también mucho dolor. Hacer trabajo social de la forma en la que yo he elegido conlleva una implicación emocional muy fuerte. Se trata de conocer realmente a la persona que quieres ayudar y reflexionar sobre el impacto que tienen en su vida. He acompañado a muchos niños y niñas, los he asistido en sus terapias y los he visitado todos los fines de semana, pero así también los he perdido. Enfrentarse a esta realidad es algo desgarrador, porque una siempre tiene el anhelo de que tu ayuda sirva de algo.

Es por ver esta realidad, muy entristecedora, que me he comprometido en ayudar para sacar adelante a todos estos niños y niñas. La gran mayoría de ellos, aproximadamente el 70%, sufre de anemia. Esto es grave porque además de no tener un acceso educativo de calidad, no tienen un desarrollo cognitivo adecuado producto de la desnutrición.

Este gran trabajo, de alimentar a nuestros niños, está apoyado en el funcionamiento de las ollas comunes y comedores populares. Estos grupos de madres que se comen el pleito y buscan hacer milagros con la poca comida que les llega día a día. Con la crisis sanitaria por la Covid-19, han ganado una relevancia que habían perdido. Muchas de estas agrupaciones están registradas en las municipalidades, pero los alimentos que les entregan no siguen parámetros de alimentación saludable, lo que repercute directamente en el desarrollo de la comunidad en la que operan.

Las autoridades se han comprometido, incluso a través de iniciativas legislativas, para abastecer de forma adecuada a las ollas comunes, pero se conforman dando cosas risibles como galletas o latas de atún. La ayuda que llega siempre es insignificante y no se dan cuenta de la magnitud del problema. Esto va a terminar siendo una concatenación de desgracias. Con la desaparición de las ollas comunes, muchas personas vulnerables van a quedar desatentidas: niños huérfanos, ancianos, mujeres embarazadas, todo unidos en la necesidad. Son personas que encuentran en las ollas comunes un soporte para poder sobrevivir.

A través de esta campaña, lo que busco es poner en evidencia el trabajo de las ollas comunes y los comedores populares. Que las autoridades se den cuenta que estas agrupaciones son parte esencial de la vida de los ciudadanos invisibles, esos a los que solo recurren por votos y no para atender sus necesidades. También, esto le puede dar la visibilidad a las miles de mujeres que se ponen a todas estas familias al hombro, trabajando diariamente para tratar de llevar un plato a su mesa.

Para ayudarme, lo único que te pido es una firma. Solo tienes que dar click en “APOYAR” y difundir con tus contactos de redes sociales. Si logramos reunir 300 firmas, las autoridades tendrán que darnos explicaciones sobre lo que se está haciendo para corregir esta realidad aberrante. Sé que con tu ayuda, muchos niños y niñas de bajos recursos tendrán al menos, un pan para llevarse a la boca.